BIENVENID@:

"NO TENGO VOZ PARA DECIRLO, POR ESO VENGO Y TE LO ESCRIBO" He creado este espacio para vomitar mis pensamientos (la mayor parte hablan de él/ellos...). También para recrear mis recuerdos de una manera más espectacular, más "artística", por así decirlo, y también menos cotidianos. "Mi pasado es una pintura sin terminar, y como el autor de esa pintura debo rellenar todos los hoyos horribles y hacerlos bellos de nuevo". Mother Monster.

domingo, 18 de diciembre de 2011

UN CUENTO ANTES DE NAVIDAD:


Hacía ya muchas noches que Sebastián tenía los mismos sueños difusos y extraños que lo hacían levantarse a mitad de la noche por el miedo a continuar soñando. Era diciembre, y como todos los años estaba de visita en el campo. Eran las mismas imágenes en el mismo orden: Unos ojos negros mirándolo fijamente, una flauta color blanco y una sombra mirándolo desde la oscuridad del bosque.

Y aunque era un poco aterrador, no le tomaba la menor importancia. Había más cosas para pensar. Desde hacía algunos meses Sebastián se había vuelto aislado, más huraño, empezaba a comer más de lo normal. A veces se encontraba a sí mismo mirándose al espejo por horas y horas, como si quisiese encontrar alguna parte de él que se había escapado. Sentía un vacío inmenso en su corazón, como si una parte de su alma se hubiera quedado dormida y no quisiera despertar. Era como si la mayoría de los colores hubieran desaparecido y se llevaran su sonrisa.

La verdad era que Sebastián sentía todo eso porque había perdido a dos seres importantes en su vida. En primera instancia a su nana, aquella mujer pequeña y de mirada cariñosa siempre dispuesta a ayudar, a dar la vida por Sebastián, la mujer que fue su segunda madre y cuidó de él toda su infancia. La mujer de la cual no se despediría en su lecho de muerte, víctima del cáncer. Nunca pudo decirle cuánto la amaba ni verla cerrar sus ojos para dormir eternamente. Y en segunda instancia (aunque no menos importante que la primera), la muerte de su primera y única mascota, un labrador color negro de ojos traviesos, el cual 5 meses después de nacer se enfrentó a las tinieblas y la muerte lo tomó entre sus brazos, lejos de Sebastián.

Sebastián no había podido reponerse a estas perdidas, sentía como si le mintieran, como que iba a regresar a casa y su mascota y su nana estarían ahí para saludarlo.

Pero por desgracia la realidad muchas veces es cruel, y Sebastián encontró una cama vacía y un rincón oscuro como bienvenida, solamente quedaron los ecos, los recuerdos, la infinita pesadumbre que dejan los que ya se han ido, los que ya no están.

Fue así como Sebastián comenzó a aislarse de sus amigos, de sus padres, de todo lo que le rodeaba para encontrar una respuesta, algo que pudiera consolarle y despertar de nuevo.

La respuesta llegó una noche antes de navidad, en el frío bosque de San Luis Rey.

Sebastián iba de regreso a casa de sus abuelos, era entrada la noche y es que sus tíos no lo dejaban irse. Le preguntaron si prefería quedarse, pero él prefirió salir de esa atmósfera falsa llena de emociones que él no sentía. Además, el bosque siempre le había parecido interesante de noche.

Iba a medio camino del sendero que da a casa de sus abuelos, se abrochó bien la chaqueta para que el frío no lo molestara. Las ramas de los árboles se mecían encima de él, como entonando una canción nocturna para acompañarlo en su camino. Detrás de él se escuchaba algo extraño, como el motor de una camioneta. No quiso voltear atrás, prefirió seguir caminando, pero más rápido. Pero sus pasos apresuraron también aquel extraño sonido, el miedo empezaba a colarse por su cabeza. Así que decidió voltear. Un grito salió de su boca cuando una luz blanca lo cubrió todo. Se tiró al suelo en posición de defensa cuando escuchó unos pasos cerca de él y una mano lo tomó del hombro y lo puso de pie.

- Hey! No te asustes, sólo soy yo.

Sebastián tardó unos segundos en recuperar el color de su cara y reconocer la voz de Antonio, un chico de su edad que vivía cerca de la casa de sus abuelos. Volteó a ver de dónde provenía aquella luz blanca: las luces de la destartalada camioneta del padre de Antonio.

- ¿Porqué manejabas con las luces apagadas?- Preguntó Sebastián.

- Pues, me gusta ver el bosque de noche. Vives cerca de mi casa, ¿quieres que te lleve?.

Sebastián pensó un momento la situación, la verdad era que hacía mucho frío. Así que accedió y subió a la camioneta. Antonio encendió los motores y volvió a apagar las luces. El recorrido continuó. Sebastián conocía a Antonio desde que eran niños, pero nunca se habían dirigido la palabra. Sebastián siempre había sentido algo más que empatía por Antonio, por sus ojos negros, su tez apiñonada, sus labios carnosos y sus cejas pobladas. Sebastián siempre de había sentido atraído por Antonio, y este no podía saberlo de ninguna manera. La voz de Antonio interrumpió sus pensamientos.

- Tu abuela le contó a mi abuela lo que te pasó. De verdad lo siento mucho.

Sebastián volvió a sentir aquel vacío que se lo comía por dentro, el vacío que no podía llenar con comida. Sus ojos se llenaron de lágrimas, tuvo que voltear a la ventana para dejarlas escapar. La tormenta dentro de él volvía a desatarse.

- ¿Estás llorando?. Preguntó Antonio.

Sebastián no pudo responder, un nudo crecía dentro de su garganta. Era una herida que no conseguía sanar. Entonces sintió la mano de Antonio en su brazo, le tendía un pañuelo para que secara sus lágrimas.

- Gracias, perdón por esto. Contestó Sebastián.

- No lo sientas, es normal. Yo también pasé por lo mismo cuando perdí a mi abuelo.

El silencio volvió, se acercaban a casa de los abuelos de Sebastián. Antonio se estacionó y Sebastián bajó de la camioneta.

- Antonio… gracias por traerme ¿Te gustaría pasar a comer algo?. ¿Tal vez un café?.

- Está bien… la verdad es que no he comido nada.

Entraron a la gran casa de sus abuelos, se encaminaron por el inmenso pasillo hasta la cocina. Era tibia y confortable, se sentaron en el inmenso comedor de madera para platicar.

- Siento mucho lo de tu Abuelo. ¿Hace cuánto murió?.

Antonio miró al piso y contesto en un tono triste:

- Hace un año, un accidente de auto.

- De verdad lo siento.

- No importa. Fue hace mucho tiempo. No es bueno que carguemos con esos recuerdos, porque no nos llevan a ningún lado. Tú abuela nos contó que te has sentido mal. Si en algo puedo ayudarte cuentas con mi apoyo. Sé que no nos hablamos mucho, pero espero servir de algo.

Y fue así como Sebastián empezó a contarle todo a Antonio: sobre cómo se sentía, cómo lo había afectado la pérdida de sus seres queridos, cómo había empezado a apartarse de todo el mundo, cómo se había quedado sin amigos, comía demasiado, como empezaba a darse cuenta de quienes eran de verdad las personas que importaban.

Antonio escuchó todo, lo miró a los ojos, lo dejó llorar, desahogarse, desechar todo lo que no había podido tirar. Hasta que Sebastián se quedó vacío, sin palabras, con las cuencas de los ojos hundidas por tanto llorar.

Antonio entonces hizo algo que Sebastián jamás hubiera imaginado: Secó sus lágrimas con el dorso de su mano y le dio un abrazo, un fuerte abrazo cálido. Sebastián lo rodeó con sus brazos y se acurrucó en sus hombros. Antonio comenzó a hablar:

- Solamente puedo decirte que no debes cargar con todo eso, que si no estuviste cerca de tu nana o de tu perrito fue porque así tenía que ser, no debes cargar con un dolor que no te corresponde, con algo que está fuera de tu alcance. No debes odiar a nadie por las cosas que pasaron, simplemente debes entender que era algo que no dependía de ti. Y en cuanto a tus amigos, no debes guardarles rencor por las cosas que te hicieron o no te hicieron, simplemente son personas que no estaban en tu camino y debes dejarlas partir. Debes decirle adiós a todo lo que te hace daño, no puedes cargar con culpas o sentimientos que no te pertenecen.

Y es que eso era lo que Sebastián había hecho la mayor parte de su vida, cargaba con culpas que no le correspondían, siempre preocupado de quedar bien con los demás, de hacerse notar entre la gente, de llenarse de “amigos” para no sentirse solo. Siempre queriendo complacer a los demás. Pero ¿Dónde quedaba él?, ¿Dónde quedaba su personalidad, y lo que él realmente quería? . Sebastián se quedó en silencio largo rato, no se había dado cuenta que seguía abrazado a Antonio, que seguía oliendo su perfume, rodeado de sus brazos. Sebastián fue el primero en separarse y hablar de nuevo.

- Nunca pensé que fueras tan sentimental para ser hombre.

Ambos rieron mientras brindaban con sus tazas de café. Antonio vio su relój de mano y se sorprendió al ver la hora:

- Son las 3 de la mañana. Es 25 de diciembre.

- Feliz Navidad. Contestó Sebastián.

- Feliz Navidad.

- ¿Y qué harás esta Navidad? ¿Quieres cenar con nosotros?.

Antonio se frotó las manos para luego contestar:

- Mañana me voy a Estados Unidos, mi hermano me consiguió un trabajo. De hecho tengo que irme en una hora.

Sebastián no pudo evitar sentirse triste, es horrible cuando una persona llega a tu vida sin que tu lo esperes y luego tenga que irse, irse lejos. Es horrible extrañar. Sebastián tomó aire y dijo:

- Bueno, pues tienes prisa yo no voy a retrasarte. ¿Necesitas ayuda con tus cosas?.

- No, gracias. Ya está todo en las maletas. Pero tengo que irme a bañar. Así que… creo que es hora de decir adiós.

Antonio se puso de pie y Sebastián hizo lo mismo, y cuando iban a darse la mano Antonio preguntó:

- ¿Puedo pedirte algo antes de irme?

- Sí, claro. Lo que necesites.

Sebastián se quedó esperando que Antonio respondiera. Pero en lugar de eso Antonio tomó el rostro de Sebastián entre sus manos, cerró sus ojos y lo besó en la boca, un beso tenue y pausado. Sebastián se dejó llevar por la dulzura de ese beso de ángel, ese ángel de mirada profunda que lo observaba desde las sombras. Sebastián puso sus manos en el pecho de Antonio y descubrió un colguije. Cuando se separaron del beso Sebastián preguntó:

- ¿Qué significa esto?.

- Es un silbato hecho de hueso, se supone que si extrañas a alguien y tocas ese silbato, esa persona lo escuchará y sabrá que piensas en ella.

- Quiero quedármelo, ¿puedo?.

Acto seguido Antonio se quitó el colguije y se lo entregó a Sebastián.

- Tengo que irme, se me hace tarde. Que esto que acaba de pasar quede entre nosotros.

Antonio salió de la cocina y se dirigió a su casa. Sebastián lo vio despedirse de sus abuelos, subir a su camioneta y alejarse por el sendero del bosque.

De vez en cuando Sebastián se sienta en el pórtico de sus abuelos y toca aquel silbato que Antonio le regaló. Le gusta pensar que algún día volverá a verlo. Que su vieja camioneta aparecerá por el sendero y comenzarán una historia ellos dos. Aunque, en el fondo. Tal vez solo sea un sueño. Un sueño la noche antes de navidad.

“But like everything I´ve ever know, you´ll disappear one day. So I spend my whole life hiding my heart away”.