Una vez, una mujer que me leyó la mano me dijo que yo no
había nacido para amar, que fui creado para vivir lo inusual, lo inhóspito;
todos aquellos instantes lacónicos que mueren antes de ser consumados.
Y tal vez, esa mujer esté en lo cierto.
Nací para besar en la oscuridad, esa oscuridad azul que no
permite ver las cosas con claridad. Para amar algo efímero en lo cual no se
entrega el alma; con ganas de querer llenar un vacío que ha dejado aquel que ha
incumplido una promesa. Ese vacío que se llena con cualquiera, sin importar si
es real o duradero lo que se experimenta.
Aquella mujer también me dijo que nací con la brújula de mi
destino girando sin permanecer en un punto fijo; me dejo envolver sin rumbo por
las personas que a mi juicio son buenas, e intento desesperadamente formar
parte de sus vidas; sin otro objetivo mas que el de sentirme realizado a través
de sus vivencias, para después dejarlo todo y empezar desde cero en un lugar
nuevo.
Nací para vivir romances efímeros, para buscar en esos
instantes perecederos las cosas que me hacen falta.
Aquella mujer dijo que tratar de entenderme es como nadar
contra corriente, porque en mi corazón hay un invierno permanente que vuelve a
florecer cada vez que mis ojos se fijan en alguien; el Sol sale todos los días
y muere lentamente cada vez que mis sentimientos cambian. Es un ciclo que
resucita una y mil veces sin lógica alguna. Como iniciar un nuevo sueño con un
nuevo día sin recordar las historias anteriores a esa…
Como cuando el corazón
renace cada vez que se le habla con amor.
Y tal vez, solo tal vez; esa mujer esté en lo cierto.