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"NO TENGO VOZ PARA DECIRLO, POR ESO VENGO Y TE LO ESCRIBO" He creado este espacio para vomitar mis pensamientos (la mayor parte hablan de él/ellos...). También para recrear mis recuerdos de una manera más espectacular, más "artística", por así decirlo, y también menos cotidianos. "Mi pasado es una pintura sin terminar, y como el autor de esa pintura debo rellenar todos los hoyos horribles y hacerlos bellos de nuevo". Mother Monster.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El hombre venado...


Una tarde de domingo otoñal caminaba en las faldas de un volcán; intentaba despejar mi mente de la realidad, enterrar todas aquellas cosas que me hacen odiar, trataba de aliviar mi corazón hecho cenizas por la pérdida repentina de mis seres amados. Simplemente trataba de olvidar la tristeza y el rencor de todo aquello que me estaba hiriendo el alma.

El Sol comenzaba a ocultarse, y empezaron a salir las primeras estrellas sobre el crudo firmamento azul pálido. De vez en cuando cerraba los ojos para sentir cómo el viento helado acariciaba mis mejillas y secaba mis lágrimas con sus gélidos susurros.

Entonces abrí los ojos nuevamente para encontrarme en el horizonte la silueta recortada por el ocaso de un venado que miraba hacia el cielo. Dirigió sus ojos hacía mí, como invitándome a acercarme a él. Lo hice hasta que mi mano pudo acariciar su lomo; era tibio y suave, sus astas desprendían destellos de colores; como si hubieran sido bañadas por el arcoiris.
Y fue entonces que el último rayo de Sol se ocultó detrás del volcán y una luz blanca salió del vientre del venado para cubrir todo lo que nos rodeaba, quedé ciego por unos instantes hasta que todo quedó parcialmente a oscuras otra vez.

El venado se convirtió en hombre. Un hombre moreno de cabellos largos y mirada imperturbable y a la vez tranquilizante. Se acercó a mí y con sus cabellos de ébano secó mis lágrimas y besó mi frente, preguntó que era lo que acongojaba mi corazón, y empecé a llorar de nuevo; me apretó contra su pecho y sus brazos me cubrieron del frío.

Le conté todo lo que envenenaba mi alma: La muerte de mi nana me mi mejor amigo, le conté cómo no pude despedirme de ellos ni verlos por última vez. Él me escuchó y levantó mi rostro para poder ver mis ojos.
Me miró por largo rato, tratando de encontrar alguna palabra que calmara mi tristeza, pero sus ojos fueron más que suficiente para hacerme calmar. Seguían siendo los ojos del venado.

Nos sentamos sobre la hierba, mirando el horizonte. Él me contó una historia.

Me contó que había nacido en las estrellas y que hablaba lengua yaqui. Me contó sobre su gente y sus costumbres. Sus leyendas, sus miedos y sus cantos. Me dió palabras de aliento y me hizo entender que no debía sentir pesar por nada, que las cosas a veces suceden en extrañas circunstancias.

Recargué mi rostro en su hombro y me cantó en lengua yaqui, me fuí quedando dormido. Me recostó en su pecho, me dejé llevar por el ritmo de su respiración y los latidos de su corazón.

Nada me molestaba, nada me entristecía. El hombre venado velaba mis sueños. Juntos, unidos, en las faldas del volcán.

Me despertó antes de que amaneciera. Dijo que tenía que regresar con sus hermanas las estrellas a continuar con el orden de las cosas, el orden del universo. Le pregunté si volvería a verlo. Prometió cuidarme siempre, que me observaría muy de cerca, aunque yo ya no lo volvería a ver.

Tomó mi mano y me puso una pulsera de cuero, tenía dibujados algunos símbolos, entre los que pude descubrir el de un venado. Besó mi frente y me dijo adiós.

Lo ví alejarse lentamente, hasta que su sombra dejó de ser humana y se convirtió de nuevo en un venado, para después desvanecerse en el alba.

Mi corazón ya no pesaba, ya no se sentía herido. Entonces empecé el camino a casa.

Abraham.

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