Llévate las mariposas de mi interior y descuelga los rayos del sol que iluminan tu rostro.
Y déjame llorar ante la noche, deja que me engulla, que se apodere de cada uno de mis sollozos.
Tal vez sea que ninguna persona está hecha para mí, que nadie me ha roto el corazón, que yo nací así: roto en mil pedazos y no necesito que alguien me arme.
Tal vez sea que no existe un cielo terrenal o un roto para un descosido.
Y es que por un momento llegué a percibir una parte de mí que no estaba tan rota, tan sucia, tan amorfa; tan mía. Pero también te la llevaste.
De nuevo me siento en el aire, me siento vivo: hay dolor, hay soledad, hay desesperación.
No siento que exista un cielo claro más allá de los cables de luz.
Simplemente espero, sentado en un rincón a que la luz del sol se esconda tras una nube.
Espero que alguien me saque de este barrio, de esta mi vida tan cotidiana y gris.
Y deseo ver esa libertad, ese olor a tierra mojada, las luces de un túnel con flechas en el asfalto y algunos autos a mi alrededor...
No es que no acepte mi vida, es simplemente que no deseo vivir de esta forma desde que tú ya no estás para darle un pequeño giro, una llamada de vez en cuando, un comentario en mi perfil, o quizá un pensamiento a mitad de la noche cuando estás a punto de dormir.
De pronto la rutina me vuelve su esclavo... de pronto todo perdió su color.
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