Hace poco tiempo encontré unos ojos negros, estaban tristes y olvidados; unos ojos negros que pedían ayuda, que querían ser amados.
Eran muy bellos, pero nadie se había detenido a observarlos con calma y caer en su embrujo abrumador.
En aquellos ojos se escondían mil historias; secretos divinos que me hicieron ver la vida desde otra perspectiva, en sus ojos negros pude entender la inmensidad del mundo, la belleza del mar y la calidez de una sonrisa.
Al principio me empeciné en no dejarme llevar por los sentimientos, pero fue difícil no quererlo; sus ojos negros acunaron mis sueños, guardaron mis miedos y calmaron mi amargura y mis lágrimas. Sus ojos me miraron como nadie lo había hecho antes y me dijeron: te amo.
En sus ojos encontré las piezas faltantes a mi rompecabezas de la felicidad y mi felicidad fue mas grande cuando vi mi reflejo en sus pupilas, las cuales ya no albergaban tristeza; más bien refulgían de alegría.
Desgraciadamente la alegría duró poco, todo terminó cuando la enfermedad, la soledad y el odio opacaron sus bellos ojos, mi reflejo fue perdiendo nitidez conforme sus ojos enfermaron, se fueron apagando lenta y dolorosamente frente a mí. Sus sueños fueron marchitándose poco a poco y la tristeza inundó mi corazón.
Los ojos que un día me abrieron las puertas, se cerraron para no verme nunca más, el odio fulminó sus iris y yo me quedé solo.
Aún tengo sueños en los que la enfermedad se acaba y sus ojos negros vuelven a mirarme.
ABRAHAM.
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