BIENVENID@:

"NO TENGO VOZ PARA DECIRLO, POR ESO VENGO Y TE LO ESCRIBO" He creado este espacio para vomitar mis pensamientos (la mayor parte hablan de él/ellos...). También para recrear mis recuerdos de una manera más espectacular, más "artística", por así decirlo, y también menos cotidianos. "Mi pasado es una pintura sin terminar, y como el autor de esa pintura debo rellenar todos los hoyos horribles y hacerlos bellos de nuevo". Mother Monster.

lunes, 18 de abril de 2011

SEBASTIAN:

La noche había pasado ante mis ojos, había intentado dormir dando más de mil vueltas a la cama, era 20 de Enero; hacía frío y nada podía mantenerme caliente. No existía absolutamente nada que llamara la atención en la casa de mis abuelos; una casa antigua situada en el bosque alrededor de la nada.

Al llegar el alba, me levanté de la cama para mirar por mi ventana; no había nada, solamente árboles por doquier, sombras casi oscuras y retorcidas que movían sus ramas con el murmullo del viento.

Fue entonces cuando entre aquella opaca espesura escuché un quejido, un sollozo masculino que provenía de los adentros del bosque. Al principio tuve miedo de averiguar que era, pero después pensé que tal vez alguien podía necesitar mi ayuda. Así que tomé un suéter y salí a buscar el origen de aquellos sollozos.

Mientras me adentraba en el bosque comencé a gritar: “¿Quién eres?, ¿En dónde estás?”, pero nadie contestaba, seguía escuchando gemidos.

Conforme me adentraba entre la maraña de árboles, pude escuchar con más claridad el origen de los gemidos, pero nada que hubiera visto antes en mi vida me había preparado para lo que encontré en aquel amanecer:

Era un muchacho de complexión atlética y cabellos rizados, estaba semidesnudo, una especie de calzoncillo de tela blanca con manchas de sangre era su única posesión, miraba hacia el cielo. Sus manos estaban amarradas al tronco de un gran árbol, titiritaba de frío y se quejaba de dolor; tenía flechas incrustadas en su pecho.

Me quedé sin respiración al ver a aquel muchacho en aquellas condiciones, de pronto me miró a los ojos y entendí que necesitaba mi ayuda. De inmediato corrí para desatarle las manos, él cayó de rodillas, me acerqué y lo miré:

- ¿Cómo te llamas?.

Él tardó un momento en controlar su respiración y luego contestó en un gemido:

- Soy Sebastián.

- No te encuentras bien, vamos, necesitas un médico ¿Quién te ha hecho esto?.

Cuando intenté ponerlo de pie él se resistió y me contestó:

- No, déjame aquí, me han hecho esto por defender mis creencias y mis pensamientos, déjame aquí.

- No, no puedo hacerlo, por favor ven conmigo, yo puedo curarte.

Lo levanté y esta vez el accedió, me quité el suéter para ponerlo en su espalda, él lo necesitaba más que yo.

Cuando llegamos a la casona, lo llevé a mi habitación y lo recosté en la cama, fui corriendo al baño por el botiquín para poder curarlo.

Sebastián seguía quejándose por el dolor que le causaban las flechas, eran tres: dos en su pecho y otra más en su pierna. Le advertí que retirarlas iba a ser doloroso, le dí una almohada para que la mordiera, pero él la puso a un lado y me dijo que resistiría. Traté de hacerlo lo más rápido posible.

Cuando retiré la primera flecha pude ver como su cuerpo se tensaba, pero no emitió ningún sonido, la sangre salió a borbotones, me apresuré a rociarla con alcohol y a coserla, él seguía con los ojos cerrados resistiendo el dolor. Las dos flechas restantes salieron fácilmente y no sangraron tanto como la primera. Después vendé las heridas, él abrió los ojos y me miró, eran de color verde. Me quedé junto a él y después de un rato tomó mi mano, sonrió y me dijo:

- Gracias por curarme, ni siquiera sé tu nombre ¿Cómo te llamas?.

- Me llamo Abraham.

- Abraham, quiere decir “Padre bondadoso”, “Padre amoroso”. Muchas gracias.

Siguió tomando mi mano y sonrió aún más, era un muchacho muy apuesto, sus ojos verdes como esmeraldas me contemplaban silenciosamente mientras yo también le sonreía.

- ¿Tienes hambre?, ¿Necesitas algo más?. Le pregunté.

- No Abraham, muchas gracias, creo que debo irme. Ya me siento mejor.

Un fuerte sentimiento de angustia recorrió mis venas, no podía dejar que se fuera, hacia mucho frio y podrían volver a herirlo. Definitivamente Sebastián no se iría, ya me las arreglaría con mis abuelos cuando saliera el sol por completo.

- No, Sebastián, no te vayas aún, duerme un poco, aun no amanece por completo. Además, pueden volver a hacerte daño. espera a que amanezca y veremos como ayudarte. Te lo prometo.

Sebastián seguía mirándome con su cara de ángel, se levantó sobre sus codos y me dijo:

- Eres la persona más compasiva que he conocido. ¿En verdad me dejarás quedarme? Ni siquiera me conoces. Puede que sea alguien que ha hecho algo malo.

- No creo que lo seas, no lo pareces. Duérmete, yo estaré en el sofá de la sala. Si necesitas algo avísame.

L e sonreí, y antes de darle completamente la espalda, el tiro de mi camisa para detenerme. Volteé a verlo y me dijo:

- No te vayas, duerme del otro lado de la cama, no me dejes solo. De verdad, necesito que me acompañes.

Sus ojos brillaron mientras me hablaba. No pude evitar el sentir tristeza por Sebastián. Era increíble que aun existieran personas que odiaran tanto y fueran capaces de herir a un ser humano.

Otro sentimiento se apodero de mi; un sentimiento de querer protegerlo, de cuidar de el mientras sanaba.

Me recosté a su lado, me dijo que pusiera mi cabeza en su pecho para poder abrazarme. Podía escuchar su respiración, el latido de su corazón, podía sentir su aroma, olía a flores silvestres. El compás de su respiración hizo que me diera sueño, lo último que ví fue su hermosa cara bajo sus rizos negros. Me quedé profundamente dormido.

Entre sueños, pude sentir como se desvanecía de mi lado, se despidió con un beso en los labios y acarició mi rostro, yo estaba muy cansado como para poder abrir los ojos.

Desperté cuando mi abuela tocó mi puerta, después de asomarse, caminó hacia mi cama. Yo me sentía mareado. Se quedó mirando mi cama, cuando dirigí mi vista hacia donde ella miraba, no entendía nada:

Sebastián ya no estaba, y en su lugar me había dejado una flecha con la punta dorada, un arco de madera y una corona de flores blancas. Todo lo que había sucedido me tenía muy aturdido.

Mi abuela tomó aquellos elementos y me dijo:

- Hoy es 20 de Enero, es día de San Sebastián, este arco, la flecha y la corona son su representación, debemos ir a la iglesia y dejárselas, son muy bonitas, apuesto a que pasaste toda la noche haciéndolas.

Yo me quedé en silencio mientras trataba de poner en orden aquellas ideas. Mi abuela me ordenó vestirme para ir a la iglesia para dejar como ofrenda aquellos elementos. Cuando llegamos al nicho dedicado a San Sebastián, no pude creer lo que ví:

Había una pintura de un joven de cabellos rizados y ojos verdes, de complexión atlética. Miraba hacía el cielo en un gesto de dolor y de pasión, tenía los labios entre abiertos como lanzando un gemido y tres flechas atravesaban su cuerpo; dos se encontraban en su pecho y una en su pierna. Mi abuela me sacó de aquella ensoñación con su voz:

- Este es San Sebastián, un mártir que murió por defender sus creencias y sus ideas, hay algunos que incluso se atreven a decir que es el patrono de los homosexuales.

Me quedé sin aliento al recordar lo que me había dicho Sebastián, que había muerto por defender sus creencias. Mi abuela caminó hacia el altar principal y yo me quedé mirando aquella pintura, comencé a llorar. Regresé a casa con aquellos ojos verdes y esa sonrisa angelical grabada en mi memoria. Como si todo hubiera sido un sueño. ¿En verdad lo fue?.

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